Atlantis: La erupción que cambió la historia del mundo


El año 1.628 ane hizo erupción el volcán de la isla de Thera (ant. Calisto, hoy Santorini), levantando varias olas de 25 hasta 30 metros de altura, según los últimos estudios, que acabaron con la cultura minoica -la "thalasocracia cretense"- y causaron en el litoral mediterráneo una mortandad que se calcula en unas 250.000 personas, el 80% de su población. Fue la muerte de Atlantis, aquella mítica cultura de marinos cuyo recuerdo mantuvieron vivo los textos de Platón.

El terremoto del 26 de diciembre de 2004 en el océano Índico nos da una terrible referencia comparativa. La devastación causada –más de 600.000 muertos y desaparecidos- debió ser peor hace 3.600 años, en un tiempo con una población muy inferior en número, si la erupción del volcán Tambura en Indonesia, la peor según los vulcanólogos de los últimos 10.000 años (con la excepción del terrible Cerro Blanco de Patagonia que provocaría la "cultura de Sintashta"), en 1815, provocó un cambio de clima global, con veranos húmedos y fríos porque el cielo, cubierto de nubes cargadas de dióxido de sulfuro, reaccionó con el agua y causó lluvias de SO4-H2: ácido sulfúrico. Y las grandes hambrunas en los años siguientes alcanzaron hasta Irlanda, Inglaterra o Alemania, en las antípodas de la erupción.

Canta Virgilio, por boca del rey profético Heleno: “Según dicen, Italia y Sicilia estaban unidas en otro tiempo, formando un solo continente; mas ¡cuántos cambios produce la duración de los siglos! Una recia tempestad rompió el istmo que unía aquellas dos regiones, y abrió a las olas un paso estrecho entre la una y la otra”.

De igual manera, los datos de los hielos groenlandeses o los círculos de los robles irlandeses demuestran que hubo una capa de cenizas sulfurosas que abarcó todo el planeta en el verano del año 1628 ane., y que los grandes árboles interrumpieron su crecimiento durante una década aproximadamente. Las cosechas se perdieron, animales y personas murieron de hambre y enfermedades y, en una década, se retrasó la evolución y el desarrollo en varios siglos para los habitantes del litoral Mediterráneo.

La erupción levantó una columna de cenizas de unos 38 km. de altura que oscureció el cielo durante semanas y causó después terribles tormentas y lluvias torrenciales de lodo tóxico. La falta de aparición de restos humanos, a diferencia de lo que sucedió en Pompeya o Herculano, en la ciudad de Thera Acrotiri, hace suponer que, a los primeros temblores, el pueblo marchó hacia la costa donde fue engullida por las olas de los tsunamis u olas gigantes, que al menos fueron cuatro de unos 25 metros de altura, a unos 30 km/h de velocidad, y con intervalos de segundos a 45 m., según los cálculos realizados por los especialistas.


Antes de alcanzar la gran ola la costa es lo normal que el mar parezca retirarse como en una bajamar muy acusada. Cuando los espantados cretenses, aterrados por el terremoto previo al maremoto como consecuencia de la erupción del volcán, llenaron este espacio vacío, llegaron las olas en cuatro grandes golpes, con entre 25 y 30 metros de altura y una sucesión de segundos entre la primera y la segunda, de unos 30 minutos la tercera, y hacia 45 minutos la última embestida, a unos 30 km por hora mínima de velocidad. Las olas atravesaron toda la isla de Creta, al sur de Thera, dejando foraminíferos de aguas profundas en las zonas del interior en promontorios de hasta 50 metros, y presentes de un lado a otro en ese estrato geológico.

En todo el orbe mediterráneo posterior reaparecieron las antiguas narraciones sobre un diluvio universal, puestas al día por los hititas con su Atramhasis, acadio Atrahasis, “El sumamente sabio”; babilonio Utnapishtim “el lejano”; sumerio Ziusudra, Noé hebreo, Deucalión pelásgico o heleno y Manú indo.

Los relatos de Jasón y los Argonautas y aún la Odisea del extraviado Ulises, podrían haber sido remembranzas de los miles de marineros desaparecidos o perdidos para siempre.

Creta, capital de la talasocracia, “gobierno del mar” Mediterráneo, a un centenar de kilómetros al sur de Thera, vió hundirse completamente su flota y perderse los marineros y pescadores bajo un cielo siniestro que impedía orientarse, noche o día, a lo largo de semanas o meses. Al menos un 80% de la población desapareció bajo el agua y el barro, así como por la hambruna y enfermedades posteriores.

Las ciudades y aldeas costeras fueron engullidas a lo largo y ancho del Mediterráneo oriental, desde el Bósforo hasta las costas de Libia y, como hoy día, eran las zonas más densamente pobladas.

Cita Pausanias la extraña historia de Teras, hijo de Autesión: “Que era hermano de su madre Argea (la blanca) y tutor suyo”. Teras, con dos hermanos gemelos (Agíadas), fundó una colonia en Calisto (“La bellísima”) y “cambió el nombre de la isla por el suyo y, todavía hoy, una vez al año, los de Tera hacen sacrificios en su honor como fundador” (III, 8).

Esto sucedía hacia el 750 ane. Hasta entonces Calisto, Tera o Santorini estuvo deshabitada, casi 900 años después de su erupción. Y Calisto es el nombre de la ninfa, hija de Licaón, que fuera metamorfoseada en la Osa Mayor, Arctus.

La ola que arrasó Irlanda

El Lebor Gabala, Libro de las Invasiones, fue recopilado por monjes irlandeses en el s. XII y se inicia con la llegada a Irlanda de Partholon y los suyos después del diluvio y sigue con la invasión de Irlanda por Nemed, un escita, que se enfrenta a los temibles fomorianos (de bajo el mar) originarios de Irlanda.

Cuando los dos ejércitos se encuentran y batallan en la playa les sorprende una ola gigantesca, “alta como una torre y rápida como un gavilán”, que ahoga a todos los combatientes, con la excepción de treinta hijos de Nemed y una barcaza de fomorianos.

Mucho más conocido es el relato de Platón, en los diálogos Critias y Timeo, donde el sabio Solón narra los datos que los egipcios le habían facilitado sobre la Atlántida, desaparecida por efecto de un volcán y terremotos.

En Creta, las huellas de diferentes desastres se acumulan durante los siglos XVI y XV ane, así como la sucesiva reconstrucción parcial de ciudades y palacios. Hubo en esos años varios terremotos siempre seguidos por reconstrucciones parciales y las dificultades para su análisis son enormes para los arqueólogos. No obstante, los cambios detectados en los estilos cerámicos, con la aparición de la cerámica minia, no dejan dudas sobre la creciente influencia de colonos de hablas griegas y la pérdida de influencia cultural de los indígenas minoicos.

El vacío que dejara la multitud de desaparecidos fue llenándose con la aportación sucesiva de los mismos descubridores y mensajeros de la información: Los marineros que, en rutas de cabotaje, viajaban desde ya el quinto o cuarto milenio entre la India y China, Súmer, Egipto, Tartessos y la ruta del estaño que alcanzaba hasta Irlanda y Gran Bretaña. Pero, sobre todo, por los indoescitas pónticos, carios, frigios y tracios posteriores, los únicos que poseían barcos y caballos capaces de tirar de una biga o cuádriga, carro de guerra, con tres o cuatro guerreros encima. Los ancestros de Agamenón y la cultura micénica, que llenó los altos cerros de ciudades amuralladas, en una nueva visión del mundo bajo el dominio de dioses violentos tenebrosos.

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